Los animales como ciudadanos invisibles

Publicado el 22 de agosto de 2025, 0:49

En las calles de cualquier ciudad mexicana, la presencia de perros y gatos en situación de calle es tan común que pareciera invisible. Pasan frente a nosotros hambrientos, heridos, a veces atropellados, y pocas personas se detienen a pensar en el trasfondo de esa realidad. Nos hemos acostumbrado a convivir con la sobrepoblación animal como si fuera parte natural del paisaje urbano. Sin embargo, no es un fenómeno inevitable: es el resultado directo de nuestras decisiones, de la indiferencia cotidiana y de la falta de corresponsabilidad social.

Queja sin acción

Con frecuencia escuchamos frases como “hay demasiados perros callejeros”, “los gatos se reproducen sin control” o “el gobierno no hace nada”. El discurso social está lleno de quejas, pero vacío de compromisos. Muchos señalan el problema, pero pocos se preguntan qué están haciendo ellos mismos para evitar que siga creciendo.

Lo cierto es que el abandono y la sobrepoblación no comienzan en la calle: comienzan en los hogares. Cada cachorro comprado por impulso y abandonado meses después, cada perrita que nunca fue esterilizada y parió camada tras camada, cada gato dejado a su suerte porque “se cuida solo”, son parte de la cadena que alimenta la crisis.

La indiferencia como complicidad

La indiferencia ciudadana no es neutral, es una forma de complicidad: Cuando un vecino permite que su perro salga a la calle sin control reproductivo, está contribuyendo al problema, cuando alguien decide no esterilizar porque “le da lástima”, está fomentando la sobrepoblación y cuando observamos un caso de maltrato y guardamos silencio, reforzamos la idea de que los animales no merecen defensa.

El problema no es únicamente la irresponsabilidad de algunos dueños: es la tolerancia social hacia esa irresponsabilidad. La indiferencia convierte el abandono en un fenómeno normalizado, cuando debería ser visto como una de las expresiones más claras de violencia urbana.

Consecuencias sociales y sanitarias

La sobrepoblación animal no es un asunto menor ni aislado: repercute directamente en la salud pública, la economía y la seguridad de nuestras ciudades.

  • Salud pública: animales sin control son reservorios y transmisores potenciales de parásitos, bacterias y virus que pueden afectar también a las personas.

  • Accidentes viales: un perro que cruza repentinamente una avenida puede provocar choques con consecuencias graves.

  • Impacto económico: los municipios invierten recursos en control de fauna, campañas de recolección y quejas ciudadanas que podrían prevenirse con educación y esterilización.

  • Calidad de vida: la presencia constante de animales maltratados, enfermos o atropellados genera un entorno de sufrimiento que nos habla de la calidad ética de nuestra sociedad.

Corresponsabilidad: la clave olvidada

No existe refugio, médico veterinario o autoridad que pueda, por sí sola, detener el ciclo del abandono. Ninguna organización tiene la capacidad de absorber la magnitud del problema. La única salida real es la corresponsabilidad ciudadana. Esto significa entender que el bienestar animal es un tema colectivo: cada familia, cada comunidad y cada gobierno local debe sumar su parte.

  • Esterilizar ya no es una opción, es una necesidad social.

  • Adoptar en lugar de comprar es una forma concreta de reducir la demanda de cría indiscriminada.

  • Denunciar el maltrato es ejercer ciudadanía activa.

  • Educar a las nuevas generaciones en respeto y empatía hacia los animales es garantizar un cambio cultural a largo plazo.

La ética urbana pendiente

Una ciudad no puede considerarse moderna ni justa si convive con miles de animales en sufrimiento, como si fueran desechos vivos. Reconocerlos como parte de nuestra comunidad es el primer paso hacia un modelo urbano más ético. Esto no significa humanizarlos, sino garantizar que no vivan en condiciones de abandono, maltrato o sobrepoblación.

El reto es cultural: dejar de ver a los animales como objetos reemplazables y comenzar a verlos como seres vivos con necesidades reales, cuya presencia refleja el nivel de empatía de nuestra sociedad.

La indiferencia ciudadana es el verdadero motor de la sobrepoblación animal. Mientras sigamos pensando que “alguien más” debe resolverlo —el gobierno, las asociaciones, los veterinarios— el problema continuará creciendo. Romper esa indiferencia exige una nueva ética ciudadana, donde cada acción, por pequeña que parezca, se sume a un esfuerzo colectivo: esterilizar, adoptar, denunciar, educar y exigir políticas públicas.

Los animales en situación de calle no son producto del destino ni de la casualidad. Son el reflejo de nuestra indiferencia. Y solo cuando la ciudadanía asuma su corresponsabilidad podremos aspirar a construir comunidades donde el abandono y la sobrepoblación dejen de ser parte del paisaje urbano.

Redacción: Alex Zapata